Resumen:
Críticos atenienses zahirieron al primer dramaturgo ilustre, reparando que envejecía. Y él, consciente, emplazó la crítica remitiendo sus tragedias al Tiempo, Dios que suele hacer justicia. Y un cubano, poeta precursor de formas, al oír “peros” que lastimaron su orgullo profirió que para él sobrevivir le bastaría el epitafio de su nombre. Frente a un azote positivo la soberbia del cubano y hasta la altivez del gran heleno mueven a sonreír. Un lector entusiasta auguró que El Diablo ronda en los Guayacanes y Gente de la Aldea — “cuadros y paisajes vivos”— perdurarían por el ambiente y la amorosa fidelidad con que fueron escritos. ¿Blasfemia? Crítica de alabanza, más fatua aún que la de censura injusta.