Resumen:
UNA de las metas del comunismo clásico es la demolición del hogar. Del hogar en el sentido cristiano. El hogar no es sólo la casa de reunión, foco material de asociación de la familia; sino, sobre todo, el conglomerado de virtudes —equilibrio, comprensión y renunciamiento— que hacen del habitáculo familiar un núcleo de armonía integral para la normal y recta convivencia en sociedad. Por consiguiente, cuando la demoníaca doctrina ha logrado inocular sus gérmenes purulentos en el santuario doméstico, ha puesto la gran base para el resto de su obra. El primer síntoma corrosivo que se manifiesta en un
hombre que comienza a ser comunista es una corrupción del sentimiento más elemental de todo ser humano: la gratitud.