Resumen:
Decía Horacio, formulador imperial de elegancia adusta: “Por más que hagáis, romanos,
no podéis libraros ya de las desgracias que se avecinan. A Roma le ha llegado su fin, porque sus mujeres se han corrompido”. Razonemos. Quien produce el error, quien le segrega, suele ser el hombre, nosotros los hombres. Pero nuestros errores, los errores masculinos son innocuos y filosóficos, empolvada teoría casi siempre, si su gestación no la hace una mujer, si la mujer no les da sangre y ambiente, si no los traslada del hombre a la escuela, de la escuela a la familia, a la calle, a los espectáculos, de los espectáculos a la vida, y, en cadena interminable, de la vida a si misma y de si misma a la vida.