Resumen:
La figura de José Martí crece en estatura cada día a los ojos de cuantos miran la vida espiritual del mundo. El paralelismo raro y perfecto entre su acción y sus palabras; el aliento de eternidad que exhala su fugaz existencia; el lirismo y la exactitud de su
prosa como de su verso; el penetrante dejo franciscano que fertiliza aun sus prédicas de la hora ciega en que sólo podía oponerse el exterminio a la tiranía; su don adivinatorio en la política y en las artes; el arrebato apostolar de su actividad, y su muerte feliz casi ante las primeras balas de la revolución engendrada y criada por él, hacen de su figura imán
para la pluma de cualquier escritor cubano, de cualquier americano, pues Martí es ya uno de los hombres tutelares de América.