Resumen:
En general, la obra que realizaron en la Isla Española las órdenes religiosas fue muy benéfica. Si en algunas porciones del Nuevo Mundo pudieron ser objeto de crítica, justo es proclamar que en nuestra tierra lo que merecieron principalmente fue alabanza. Los mismos jesuitas, tan combatidos en el reino español y sus posesiones de ultramar, en esta isla sirvieron con piedad, celo y amor de Dios la causa de Cristo. La única mancha que empaña el cristal de su obra es la saña con que pretendieron siempre negarles a los dominicos la inmarcesible gloria de haber fundado en la ciudad de Santo Domingo la primera Universidad de América, después de haber obtenido de la santidad de Paulo III la bula In apostolatus culmine que este famoso pontífice expidió en V kalendas novembris de 1538, saña que alcanzó hasta querer hacer aparecer como falsarios a los padres de la Orden de Predicadores, cuya conducta noble, valiente, inspirada exclusivamente en el precepto divino de “amarás a tu próximo como a ti mismo” y en la misión que Cristo
les encomendó a sus discípulos cuando les dijo “id y enseñad a todas las gentes”, debió haber sido valladar infranqueable para aspirar a poner en duda la pureza y grandeza de alma de aquellos hombres.