Abstract:
Cuando entre esperanzas y tristezas dije adiós a la villa de Isabel de Torres, camino de la esclarecida Atenas del Nuevo Mundo, con las mismas ansias de aprender que hoy mantienen mi espíritu en vigilia, nunca vislumbrara la inapreciable honra de ocupar en la Academia Dominicana de la Historia la silla vacía por la muerte del ilustre puertoplateño Emilio Prud-homme, autor de las estrofas del Himno Nacional; ni soñara tampoco la envidiable distinción, excesivamente generosa, de tomar asiento en esta docta Academia de la Lengua, en el sitial enlutado también por la aciaga ausencia de otro insigne hijo de
Puerto Plata: del Presbítero Rafael Conrado Castellanos. Tan altas distinciones, abrumadoramente inmerecidas, obligan mi gratitud perennemente al par que acrecientan mis empeños en hacerme digno de ellas.