Resumen:
Hay dos mujeres que deben ser constantemente objeto de compasión de todo hombre honrado y en particular de los discípulos de Cristo: la mujer adoradora de Brahma y la mujer católica-romana; la primera porque, alucinada por sus sacerdotes, se arroja a las llamas que han de reducir a cenizas el cadáver de su marido, acción bárbara que ella realiza para aplacar la cólera de sus dioses de paz; la segunda, o sea iglesia católica-romana, porque, inducida también por sus sacerdotes, sufre un tormento mucho más cruel e ignominioso en el confesonario para aplacar los vicios de su iglesia. No exageramos al firmar que para muchas mujeres de corazón noble, bien educadas y de sentimientos puros, el hecho de ser obligadas a descubrir su corazón a los oídos de un hombre, a patentizar los más íntimos secretos de su alma y todos los más sagrados misterios de
su vida de solteras o casadas; permitiendo que se les dirijan preguntas que la mujer más depravada no aceptaría de su más vil seductor, es muchas veces un suplicio más
horrible e intolerable que el ser amarradas y arrojadas a una hoguera.