Resumen:
“En el lenguaje escrito de Pedro Henríquez Ureña el adorno se volvía esencia, el objetivo cobraba mayoridad sustantiva, los epítetos eran definiciones, las llamadas figuras, actos de apoderamiento viril. Estilo masculino aquel, pero que sabía ofrecer el brazo a las vagorosas ninfas. Aun en sus más libres divagaciones tan condensadas eran corno en
su página sobre el atardecer de Chapultepec; aún en sus creaciones más poemáticas tan densas de humanismo, como su vocación del advenamiento de Dionisios, fue característica suya el mantener una tempertura de fantasía racional. Los universales regían su mente, y jamás los perdía de vista. El avasallador encanto de su prosa, regala sus versos en la adolescencia que nunca recogió a la penumbra. En la prosa le saciaron plenamente los propósitos definitivos del escritor. Prosa inmaculada la suya, castiza sin
remilgos puristas. Ni reniega de la tradición, ni se desconcierta ante la novedad, ni aún ante la iniciativa de la novedad. Su pluma era instrumento autorizado y parte integrante de nuestra habla. Sustancia y sustancia. Lo que no puede lograrse sin una maciza voluntad de la forma. Nunca un traspiés, nunca un falseo. El lector cabalga tranquilo por el concepto artístico, sin más no hubiera. Porque Pedro Henríquez Ureña es uno de los escritores
más firmes de la lengua”.
Alfonso Reyes.