Resumen:
“El extranjero—dice Laboulaye—no es ya un enemigo como en la antigüedad, un siervo como en la Edad Media, un aubana como en el siglo pasado; es un huésped á quien se reconocen todos los derechos civiles y á quien se dispensa una amistosa acogida”. He ahí el último pensamiento de la ciencia en boca de uno de sus más asiduos cultivadores. Esa verdad, axiomática para el filósofo que analiza y estudia lejos de la lucha de las pasiones é intereses de los hombres, ha sido violada con frío laconismo por casi todos los códigos do todos los tiempos y todos los países. ¡Qué lástima que aún no haya traspuesto los lindes que marcan el campo á la especulación científica! Para convencerse de tan triste realidad, basta una ojeada á la Historia. Ella nos dirá que desde los más remotos tiempos hasta los contemporáneos, casi todos los legisladores, al regular la condición del extranjero, se han inspirado en innobles sentimientos nacidos al calor de la intolerancia de las creencias religiosas, el egoísmo del orgullo de raza, la suspicacia de la desconfianza y la vehemencia del odio.