Resumen:
El prologuista que intente cumplir su tarea a cabalidad debe tratar de poner al lector a tono con la lectura que sigue. Acompañarlo en las páginas iniciales, sin hacer demasiado ruido ni atraer la atención sobre sus palabras, hasta que sus ojos se acostumbren a las claridades de la obra. Puede también, si así lo estima necesario, hacer la presentación del autor. Luego tiene que retirarse muy discretamente sin dejar huellas de su presencia.
Incumplen su misión de meros introductores aquellos que con manifiesta imprudencia matan la ilusión del estreno y adelantan la esencia de la obra, y la traicionan los que
se entretienen en analizar el texto, sin tener en cuenta que están dando respuesta a preguntas que nadie ha formulado y usurpando el derecho del lector a llegar por su cuenta
a sus propias conclusiones.