Resumen:
Conmigo no tendrán que andar escondiendo el bulto los escritores. Eso de salir de puerta en puerta solicitando prólogo, a guisa de limosnero, no es cosa que cuadra con mi temperamento, ni muchísimo menos con mis convicciones. Si la sentencia del templo de Apolo hubiera tomado alguna vez visos siquiera de cumplimiento por estos trigales, y si una vez conocidos nosotros por nosotros mismos nos diéramos a pensar que nadie nos.:
puede conocer más y mejor ¿a quién sino a nuestra propia pluma podríamos encomendar que dijera lo que somos y que juzgara de los sentimientos de nuestra alma, de las concepciones de nuestro cerebro, de las tendencias de nuestro espíritu? Solicitar un prólogo, entiendo yo, es casi imponer un criterio; es poner trabas al pensamiento; es, ni más ni menos, que empeñar en nuestro favor la voluntad agenda es obligar en nuestro obsequio la pluma que movida libremente pudiera decir hasta horrores de nuestras producciones...