Resumen:
Fernando Arturo de Merino es el tipo del orador auténtico, del hombre verdaderamente arrebatado por la embriaguez del verbo. Es, entre todos los próceres de la República, el que más terminada nos ofrece la imagen del orador antiguo: una oración de Merino, en efecto, es una fábrica donde todo denuncia orden y equilibrio: no hay en ella líneas que disuenen, ni ornamentos excesivos, ni detalles superfluos, ni folia de proporción o de armonía en el conjunto majestuoso. Pero eso sí: la fábrica, aunque carezca de fasto exterior, es una inmensa catedral, resonante de himnos y poblada de arcángeles vengadores. Allí, bajo las bóvedas multisonoras, se elevan con vuelo incontenible apostrofes que invitan a la venganza y a la cólera, voces de perdón o de amenaza, ruegos que ablandan el pecho de los hombres, oraciones que serenan el cielo.