Resumen:
HE dicho, no sé cuántas veces y en cuántas partes, que uno de los países más líneos de América, quizá el primero, es Santo Domingo. Cuando apenas contaba yo doce años de edad comenzó a interesarme la literatura dominicana, quién sabe si influenciado por
mi maestro de arte, que es originario de aquí, y por otros compatriotas suyos, a la sazón deportados políticos en mi patria natural. A esa temprana edad, ya poetas sazonados como Emilio Antonio Morel y Federico Bermúdez, y oradores de la talla mental de Eugenio
Deschamps y Peña, débanme la oportunidad preciosa de irme formando concepto, aunque embrionario, desde el punto de vista intelectual, acerca de la contextura y estructura espiritual de esta República. Ellos mismos, quienes fueron los primeros en infundirme cariño por esta tierra, ponían en mis manos libios, revistas literarias y periódicos diarios a través de cuyas nutridas páginas se podía, sin los mayares esfuerzos, form ar opinión
del acervo cultural variado del país.