Resumen:
Acceder a los últimos días de Pedro Henríquez Ureña es como asistir a un tumultuoso drama: ubicado en una ciudad de intensa vida intelectual —Buenos Aires—, rodeado de académicos, artistas y políticos de los más distintos espectros creativos y del pensamiento, a los que se agregarían los refugiados de dos guerras —la civil española y la segunda mundial—, un dominicano vive con su familia, proveniente de un intenso accionar en México, Minnesota, Madrid. Podría decirse que desde su más temprana edad estuvo sumergido en la creación de redes de acción, creación y pensamiento. Si de sus padres —Francisco Henríquez y Carvajal y Salomé Ureña— heredó la convicción de servicio social, de algunos de los contertulios familiares —José Martí y Eugenio María de Hostos—, habrá asumido esa vocación de lanzar puentes, vinculándonos tanto con lo que es Nuestra América, como ampliando el espectro —en el caso suyo— hasta incluir a España.