Resumen:
ACEPTO, Señor Delegado, la investidura, honrosa por demás, de dejar inaugurado el
Ateneo Dominicano, renaciente en esta hora después de largos años de eclipse por una de esas caídas dolorosas que sufren a menudo nuestras instituciones culturales.
Compláceme en extremo presidir ceremonia tan bella y significativa, porque sé que, así como en la vieja Roma de los Césares, actos de esa naturaleza no podían celebrarse sin la venia de los dioses, en esta inauguración del Ateneo Dominicano los manes de los próceres dormidos para siempre bajo el polvo que santificaron con su sangre, asienten
a la celebración del acto en que se deja consagrada, para servicio del pensamiento y culto de la verdad y del espíritu, esta noble institución académica.