Resumen:
A Miguelina, , . ; ,
En Santo Domingo.
Llegué anoche a Punta del Este, tras quince horas de vuelo, molido, cargado de distancia y es ésta y no el tiempo lo que produce la fatiga. Punta del Este está frente al Atlántico, a la margen oriental del Río de la Plata, que contrariamente a su nombre no tiene nada de argentado, y cuyas aguas turbias tienen el color de la piel de un león, según la frase de un gran lírico argentino. Punta del Este está lleno de pinos, sembrados en tierra estéril, por la mano del hombre. Esos pinos son humanos, y aunque menos majestuosos que los que nacieron espontáneamente, son más emotivos y en cada uno de ellos parece que florece una sonrisa, o se desangra una herida, o se filtra una gota de sudor, o vibra una protesta o se destila una lágrima. Parecen que piensan y expresan el sentimiento de la mano que los sembró, su dolor o su entusiasmo, sus pasiones. Nos parecen amigos o adversarios que
nos acogen o nos rechazan...