Resumen:
HE AQUI dos sustantivos que muestro a la consideración de ustedes esta tarde y que, a fuerza de mal repetirse y mal usarse, han venido a descargarse del sentido primigenio y virginal, que los hacía tan resplandecientes y estimables. Sé que han comprendido que estoy refiriéndome a la conducta y al valor, y que estamos aquí, esta tarde de intimidad y de confidencia, acaso para salvarlos, un poco, de su injusticia y de su tráfico inconveniente en los últimos años. Sé que mis palabras no hacen otra cosa que despertar en ustedes
las palabras dormidas, que son iguales a las mías, y que, esta vez, no hago sino agitar un poco aquella luz y aquella sombra de paloma que vive en el fondo de las palabras de ustedes. No está mal, digo, empezar hablando de la palabra y las palabras tratándose de un hombre que se ha nutrido de ellas, a lo largo, lo ancho y lo profundo de su vida, y que las ha dado, en su hora y en su tiempo, como especie de semilla abundante, acaso entendiendo que la palabra que no se entrega a tiempo se pierde y consume. Acaso hacemos bien en penetrar este dintel de palabras tratándose del viejo y maduro Maestro dominicano, Don Federico Henríquez y Carvajal, que llega a las puertas de su siglo de vida, leal al sentido de la palabra, trabajador laborioso de su idioma, testimonio viviente del alma de las palabras: el espíritu.